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De profesión ¿pastor?

Mucho se ha hablado de la vuelta al campo a raíz de la crisis económica y el crecimiento del desempleo. La agricultura y la ganadería se han convertido en áreas económicas de oportunidades para aquellos que no encuentran trabajo en las ciudades. Sin embargo, requieren de cierto periodo de aprendizaje.

Hace mucho tiempo las autovías por las que hoy circulan miles de coches a diario eran amplios caminos que cruzaban la península. Los conductores no se ponían el cinturón, sino que tras enormes rebaños de ganado trashumaban durante meses en busca de pastos y climas dóciles para sus animales. La revolución industrial relegó las imágenes de ríos de cabras, vacas y ovejas a meras anécdotas anuales. Los pastores pasaron de ser la cúspide de la pirámide productiva al último eslabón de la cadena laboral. Quien no tenía tierras estaba destinado a pastar por los montes y dehesas.

Por suerte la sociedad evoluciona. A golpe de péndulo, habría que apuntar. Si hace unos años el pastor tan solo era protagonista en odas románticas, ahora existen varias escuelas de pastores con el único propósito de rescatar y restaurar una profesión con tanto futuro como necesidad de ella para el sostenimiento del ecosistema natural.

Hoy ser pastor se asocia a una forma coherente y responsable de aprovechar los recursos naturales. Las escuelas de pastores de Andalucía, Guipúzcoa, Picos de Europa y Cataluña así lo atestiguan. Y no solo se les enseña a ser pastores, sino a ser maestros de pastores. En Andalucía, por ejemplo, se convocan dos tipos de cursos (subvencionados por la Junta): cursos de pastores tutores y cursos de pastores. Estos últimos con más de 500 horas de formación. La mitad de teoría y la otra mitad de práctica.

Y lo cierto es que no es fácil aprender la profesión. Especialmente para quienes han tenido el asfalto como único terreno. Las gentes de ciudad se someten a un proceso formativo que acaba por derrumbar erróneos esquemas conceptuales y convertirlos en amantes indiscutibles de la naturaleza. Aprender a ordeñar, atender un parto, curar heridas, entender el comportamiento de los animales… son algunos de los aspectos que aprenden los pastores del futuro. Hombres y mujeres que rescatan del olvido una profesión fundamental para la naturaleza.

Las cabezas de ganado son las mejores máquinas para mantener limpios los montes y evitar los desastrosos incendios que cada año abren decenas de telediarios. Contribuyen a equilibrar el ecosistema, abonan con sus excrementos, dan vida a plantas e insectos y sirven de alimento involuntario en el menú de lobos, águilas y demás carroñeros de la Ibérica. Y no solo eso. Además son la cuna de los mejores quesos, poniendo sobre la mesa otro oficio al que ahora se le da la importancia que tiene: los queseros. Verdaderos artesanos que logran hacer del líquido maternal suculentos bocados dignos de los nobles que, tiempo ha, querían ser pastores.

Los pastores aprenden en las escuelas lo que sus antepasados de profesión asimilaron pastando junto al ganado. La interpretación del tiempo meteorológico, los lenguajes de la naturaleza, la supervivencia en condiciones duras y el saber apreciar los pequeños gustos de cada día. Una universidad sin aulas a la que hoy se le presta una singular atención, con el aliento, también, de la Unión Europea.

Todo con la prudencia y la certeza que ha de tener en cuenta quién decide tomar el callado por apoyo y hacerse al monte: los beneficios económicos son escasos y los días malos demasiados. Aunque el campo sabe agradecer en tiempo y forma a quien se dedica a él. A un oficio vocacional que hoy encuentra en las instituciones un mínimo apoyo en forma de formación regulada.

¿Se te ocurre alguna otra profesión que haya sido impulsada por la crisis?

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