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Grey y sus sombras

El éxito literario de “50 sombras de Grey” es, a estas alturas, indiscutible. Una magistral estrategia de marketing ha salvado una publicación condenada al fracaso y la ha convertido en un frenesí literario con pocos ejemplos a los que compararse. Calificado como “porno para mamás”, da rienda suelta a la imaginación de mujeres “normales”, madres de familia como la autora, con fantasías igual que sus maridos, que hasta ahora habían estado en la sombra y han sido liberadas. Se da una paradoja interesante: al mismo tiempo que los académicos, críticos literarios y cinéfilos empedernidos se afanan por desmontar la película y el libro, los cines acogen a grupos de mujeres (mamás) y en las librerías la trilogía tiene un lugar destacado. Desde luego no se puede decir que sea la obra culmen de la literatura del siglo XXI. Probablemente no es ese su propósito, pero sí es una puerta de entrada a un mundo que lleva demasiado tiempo en las sombras: la sexualidad femenina. Hasta ahora la literatura erótica en su versión más “dura” y el cine porno tenían un destinatario común: el hombre. Con la “habitación roja” del señor Grey llega una nueva era. Ha conseguido lo que grandes obras del erotismo no han ni tan siquiera intentado. Y quizás los responsables de marketing de esta exitosa empresa nunca se llegaron a imaginar. Vemos a hijas, esposas, madres, y en algunos casos abuelas, compartir el libro. Pasárselo sin ningún pudor, comentarlo abiertamente. El libro ha abandonado su típico sitio en la mesita de noche o en la sala de lectura para subir al autobús y al metro. Todo con la naturalidad de quien habla del tiempo o se pregunta por el último capítulo de una serie de éxito. Y lo cierto es que el libro deja mucho que desear como novela. Pero ¿se le podía pedir más al guión? Sin duda tiene un mérito indiscutible: ha hecho que la mitad de la población haya puesto el sexo sobre la mesa. Si Erika Leonard (nombre real y de soltera de E. L. James) no hubiese escrito hace unos años la trilogía erótico festiva de Grey y Anastasia la habríamos tenido que inventar. Esta británica de 50 años con dos hijos adolescentes lleva más de dos décadas casada con su marido, el que probablemente fue su primer novio. Un ejemplo más de las mujeres que conforman sus hordas de lectoras. Y ahí radica en gran parte el éxito del libro. Erika aborda la sexualidad como la siente. Una sexualidad cotidiana y necesaria que forma parte de la vida, a pesar de las críticas. Las mismas voces que lo critican no se levantan contra los sosos y repetitivos argumentos del porno masculino. ¿A qué viene esta hipocresía? ¿Es que acaso da pudor pensar que las mujeres también tienen deseos sexuales? Vale que algunas de las escenas descritas por la autora y llevadas al cine rallan el abuso, pero ¿no lo hace también el porno? “50 sombras de Grey” no solo genera un debate necesario y una polémica que no viene a cuento, sino que es un reflejo de la situación actual en que la mujer se libera del pesado yugo de la historia y los roles autoasignados. Todas las lectoras del libro imaginan su propio Christian Grey . Un hombre que coge con unas pinzas a una chica que no destaca demasiado y la convierte en un instrumento más de sus fantasías. Aquí no impera el romanticismo de las novelas de Megan Maxwell. Aquí hablamos de sexo. Como aquel que relataba el Marqués de Sade. Una relación sexual por escrito, con sus cláusulas y el consentimiento de las partes. Muchas de las mujeres que acuden al cine, lo hacen en grupos. No estamos hablando de jóvenes adolescentes en busca de su actor favorito haciendo de hombre lobo. Nos referimos a mujeres que dejaron hace tiempo las carpetas con pegatinas de cantantes de rock. Esa es la clave del éxito inusitado de “50 sombras de Grey”. Un libro (y película) con un público claro y una estrategia de marketing bien definida. De hecho, si no fuera por el andamiaje sobre el que se ha construido el libro, seguiría relegado a esa primera edición digital de una editorial australiana sin mejor propuesta sobre su mesa. Por suerte alguien se fijó en él, cruzó el Pacífico, triunfó en Latinoamérica y ahora vuelve a su Europa natal, convertido en el héroe que libera mujeres y hace ver a los hombres que no son los únicos a los que les gusta el sexo.
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